Nuestro 2º de Bachillerato: pasos sobre fango
Sobre el sistema educativo español I
Creo que ha llegado el momento de escribir esto.
Este año, junto a todos mis compañeros de clase y al resto de alumnos de nuestro país, me he visto haciéndole frente a 2º de Bachillerato. Y, por consiguiente, he tenido la desafortunada oportunidad de observar más de cerca el sistema educativo español. Un sistema que, lejos de ser perfecto, ya había demostrado en los últimos años fuertes debilidades.
Todo empezó con la LOMCE, que levantó la llamada "marea verde" en contra de las reformas educativas nada beneficiosas para los estudiantes. Pero supongo que no ha sido hasta este año, con mejor información, mentalidad crítica, y una poco deseable dependencia del sistema en cuanto a mi futuro se refiere, cuando me he dado cuenta del daño que le está haciendo España a su educación.
Comenzó el curso con aparente tranquilidad y con nuestra confianza en que, al final de él, nos examinaríamos de algo similar a la hasta entonces llamada "Selectividad". En cambio, el comienzo de las clases fue desconceretante; ningún profesor conocía los criterios de dicho examen, los contenidos mínimos ni la forma que tendría. Confiaban, sin embargo, en que no fuese muy distinto a los años anteriores. Además, y para nuestra -precipitada e ingenua- tranquilidad, nos aseguraron que a finales de noviembre todo habría quedado ya aclarado. Es importante destacar los dos meses y medio perdidos que esto suponía para nosotros en un curso equiparable a una carrera a contrarreloj. Avanzamos todo lo posible en los contenidos que hasta entonces se habían mantenido como obligatorios y susceptibles de aparecer en la prueba final; pasos sobre fango.
Nos temimos lo peor cuando llegó el 30 de noviembre y nada se aclaró. Nos mantuvieron al borde del abismo durante todas la vacaciones de Navidad, amenazando con reimplantar el sistema de examen vigente en una época anterior, que echaba por tierra el trabajo de los dos últimos años de estudios. La famosa "Reválida" nos llevaba taladrando los oídos varios meses. Huelgas, protestas, y el tiempo que jugaba en nuestra contra. Pero se mantuvieron en sus trece. Pasado ya un trimestre de curso, persistía entre ceja y ceja la intención cambiar el sistema de exámenes de final de Bachillerato. Llegó enero y aún no habían llovido noticias. Seguíamos marchando con rumbo confuso y ánimo cansado. A mediados de mes, por fin nos comunicaron que la implantación de las révalidas quedaba paralizada. ¿Hacían falta cinco meses para darse cuenta de que todo era demasiado precipitado? ¿Hacían falta cinco meses para ver que no puede elaborarse una medida, desde cero, mientras el tiempo sigue corriendo?
El examen, nos dijeron, sería parecido a la Selectividad. Sin embargo, no se concretaba nada más respecto a los contenidos o la puntuación. No ha sido hasta esta semana (la primera de febrero) que se han convocado las juntas de profesores, para discutir y acordar, institutos con universidades, todo lo que hasta ahora había permanecido en el aire. 3 de febrero de 2017. Ahora tenemos una idea de a qué atenernos. Es un detalle, teniendo en cuenta que se trata de nuestro futuro. Ahora supongo que tenemos que dar las gracias.
Estudiantes, considero que es importante que alcemos la voz contra un gobierno incompetente, interesado y desatendido de sus estudiantes desde hace mucho tiempo. Nuestros padres saben lo que estamos pasando, pero este problema no ha llegado a los oídos de mucha gente. Si bien es cierto que no es tarea fácil gobernar un país, la disposición y la entrega para con la ciudadanía se distinguen a la legua de los intereses económicos y políticos, y han de distinguirse también en la práctica. La educación no es una fuente de lucro pecuniario, sino cultural y social. Los estudiantes no podemos vernos pendiendo de una ley errónea en su objetivo, un sistema ineficaz y unos dirigentes ineptos que ni siquiera se preocupan por lo que es mejor para nosotros. Por eso, debemos dar a conocer el agrio trago y la enorme traba que está suponiendo para nuestro futuro la torpeza del sistema. Estamos a mitad de curso y se acaban de esbozar los trazos fundamentales de la prueba que decidirá nuestro porvenir, tanto académico como laboral. Quedan cuatro meses de curso y mucho que concretar. No faltan las ambigüedades, como es ya costumbre en boletines y comunicaciones oficiales. Podría tratarse de una negligencia más, si el tiempo restante y la relevancia del asunto fueran clementes. Sin embargo, se ha convertido en una vergüenza con todas las letras.
¿Es así como merecemos que nos traten a los estudiantes? ¿Es esto lo que busca un plan de enseñanza?
Paula López
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Paula López
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