El declive de la especie pensante

   Vinimos creyéndonos más listos, más fuertes y por ello poseedores del derecho a cambiarlo todo a nuestro antojo. En mi opinión, somos solo unos ilusos pretenciosos, que ya han ido demasiado lejos. Hubo algo antes que nosotros; millones y millones de años, y que seguramente, gracias a una más humilde existencia, permanecerá cuando nosotros nos hayamos marchado. En realidad, estamos siendo unos necios tratando de aparentar audacia y hasta la tierra lo ha notado.


    La Madre Tierra que todo nos ha dado, nos confió por azar la capacidad del raciocinio e igualmente la opción de conservarlo. Sin embargo, qué ilusa fue al hacerlo, qué equivocada estaba al depositar su fe en nosotros. Con inocencia casi infantil, tal vez movida por la confianza que confieren millones de años de experiencia en la creación, se creyó capaz de aunar razón e instinto en un mismo ser. Porque, por más que pongamos empeño en mantenerlo oculto, no somos más que animales dotados de una capacidad especial, fortuita, que tan bien podría haberse aprovechado. En parte, así ha sido, pero a la Tierra se le olvidó aumentar la dosis de ética, o de humildad según se vea, y la proporción no fue suficiente para contrarrestar el gran poder que otorgaba el intelecto.


    Fuimos, pues, bestias, puro impulso, a las que un privilegio demasiado tentador se nos concedió de repente y nos dio de pleno en la cara. Aprendimos a emplearlo para nuestro provecho y quedamos aún más encandilados por su eficacia. Hasta tal punto, que el instinto de progreso y supervivencia que nuestro origen animal acarrea nos hizo confundir los simples beneficios con el lucro caprichoso. Y es que las ventajas son a menudo engañosas y nuestra nueva capacidad se tornó un lujo casi corrupto. Comenzamos, como especie, un avance exponencial  y descontrolado, sin miramientos ni tan siquiera por nuestros semejantes. Y aquello que se hizo "por el bien" de la humanidad no desembocó en más que desastres, tragedias y barbaries. Aún sigue siendo así. Es un punto de vista que se puede o no compartir, pero nos quedó demasiada proporción de bestia como para, ante semejante potestad, enfocar un esfuerzo limpio a un progreso en armonía.


    Sería injusto no hacer excepciones, puesto que también han existido siempre individuos que valoraron y defendieron el conjunto por encima de sus intereses. Pero es un hecho innegable que, llegados a este punto, no ha sido la tónica predominante.


   Confundimos la capacidad intelectual con la concesión indirecta de una falsa hegemonía sobre todo lo demás. Sobre todo aquello que, al igual que nosotros, había permanecido aquí y evolucionado durante muchos más millones de años. Parece pues, que ciertamente nuestro gen egoísta ha hecho demasiado honor a su nombre y se ha valido del privilegio de una existencia singularmente competente para escalar más y más alto, pero dicho privilegio se tornó hace tiempo en su contra. Abrumado como estaba por su espectacular florecimiento respecto del resto de especies, no supo ver a tiempo los peligros que entrañaba aquello y no consiguió despertar el sentimiento de alarma en nuestra conciencia. Seguramente, ahora sea demasiado tarde para echarse atrás, así que simplemente se limita a seguir adelante. Tal vez se esfuerce por alargar el proceso y alejarse de un final que desde hace mucho se adivina inevitable. Es un esfuerzo hipócrita, inútil pero que quizá sirva para morir con la conciencia tranquila.


    No será así como muera la mía, sin embargo, ni la de otros que pudieron desarrollar una sensibilidad especial y se dieron cuenta del daño que estábamos causado. Y lo que más lamentaré será el precio injusto que pagaron las víctimas y todas las almas que nos llevaremos con nosotros, como especie, a la tumba. Así pues, no haremos ya otra cosa que aguardar el final que nos espera casi desde la cuna y al que, en realidad, nos condenamos nosotros mismos. Es una visión pesimista, y lo sé, pero tal vez la tragedia va ligada al género humano, precisamente a lo que nos hace serlo, al sentimiento igual que a la perversión. Tal vez sea lo mismo que nos despierta pasión y sensibilidad por el arte, la misma capacidad de empatía y de metacognición lo que nos hace también capaces de maquinar las más terribles atrocidades. Los animales son amorales y, por lo tanto, inevitable e inconscientemente enemigos de los demás, puesto que se hallan en un estado de constante competición por la supervivencia. En cambio, el hombre es moral y, por tanto, inmoral cuando se le presenta la ocasión.


    Llegará el momento de nuestra extinción y, me temo, lo hará más pronto de lo que muchos imaginan. Hemos sido un experimento más de la genética y, por más que nos esforcemos en dominarla, puede que nunca lleguemos a hacerlo. El Homo Sapiens, la especie pensante, pero que no por definición ha de confundirse con sabia. Hemos sido un intento fallido de crear el ser "perfecto", un intento que se ha quedado muy lejos de su objetivo. Tal vez así, dejemos paso a una especie mejor estructurada. Podría reducirse a una cuestión de valores. Fuimos un tanteo más al antojo de la suerte que no supo gestionar bien sus posibilidades.      Triste pero supongo que inevitable, al fin y al cabo.


Paula López


My Beloved Pages

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