El origen de la empatía


Sacrificio, abnegación, altruismo...

¿Podemos ser realmente desinteresados?



     Es bien sabido ya que, en lo relativo a la evolución de las especies, los cambios generados por mutaciones espontáneas trascienden a partir del momento en que suponen una ventaja. Así ocurrió con las rayas de las cebras, las trompas de los elefantes o nuestro pulgar oponible. Dichas ventajas pueden aplicarse al terreno de la alimentación, la reproducción, el desplazamiento, etc., pero en cualquier caso proporcionan al individuo superioridad respecto al resto del grupo y aumentan, por tanto, su probabilidad de supervivencia.

     Evidentemente, nuestra capacidad cognitiva en sus diferentes planos surgió de igual manera. Y, a ojos de todos, la inteligencia supone una clara ventaja. El lenguaje, el manejo de herramientas, la creatividad e inventiva, el pensamiento abstracto o metafísico, la capacidad metacognitiva e incluso los sentimientos y las alteraciones que éstos provocan en nuestro cuerpo; a todo ello se le puede encontrar fácilmente argumentos por los que supone una ventaja. En un estado de naturaleza salvaje (y con esto quiero decir, al margen de cualquier sistema), el inividuo que desarrolle cualquiera de los mecanismos anteriores contará con una ventaja frente al resto. Hasta ahí, pocas dudas cabe plantearse en cuanto a la razón de permanencia del intelecto y a su mayor especialización a lo largo de miles de años.

     Sin embargo, la reflexión que me asaltó a raíz de leer una novela recientemente (La firma de todas las cosas) fue la siguiente: teniendo en cuenta las afirmaciones anteriores, ¿qué razón de ser tienen actitudes humanas como la empatía, la abnegación o el sacrificio desinteresado? A primera vista, ninguna de ellas parece presentar una razón clara que la catalogue como "ventaja". Si nuestro instinto inconsciente de supervivencia (como una especie animal más) nos hace generalmente inclinarnos por conductas egoístas, ¿cuál es el origen de aquellas que no lo son? Esta pregunta me ha llevado a plantearme otra: ¿existen realmente las conductas de generosidad y entrega al prójimo desinteresadas? ¿O podría ser, en cambio, que todas ellas escondan también ese trasfondo acaparador que nos caracteriza? La hipótesis a la que he llegado, siguiendo un mero razonamiento deductivo, es que tal vez estas actitudes disfrazadas de altruistas están en realidad guiadas por el mismo instinto egoísta. Tengo algunos argumentos para defender esto...

     Todo aquel que haya adoptado un comportamiento de este tipo en alguna ocasión conocerá el sentimiento que genera: satisfacción, orgullo; uno se siente bien. ¿Y no es, a caso, la felicidad -el sentimiento de triunfo- una de las claves para el éxito? Siguiendo esta lógica, tal vez nuestro inconsciente afán de supervivencia individual puede llevar a despertar en nosotros ciertas conductas que favorezcan ese sentimiento de bienestar. Esa podría ser una explicación válida para comportamientos como el sacrificio, la generosidad desmedida o el altruismo. Pero todos ellos surgen de un sentimiento común a nuestra especie -excepto en casos de psicopatía-: la empatía. ¿Cuál podría ser el origen de esta parte de nuestra inteligencia emocional, que nos hace apiadarnos del prójimo, comprender su posición y actuar en consecuencia? (Cosa que, a menudo, desemboca en las conductas desinteresadas anteriormente mencionadas? Si bien es cierto que el ser humano, como muchas otras especies, se organiza en grupos jerarquizados en mayor o menor medida (sociedades que se rigen según unos ciertos parámetros), es posible que con ello también busque la supervivencia individual. Es decir, puede que la asociación en grupos numerosos unidos por determinados aspectos comunes que refuerzan el vínculo (cultura), sea una herramienta más que conduzca al individuo a su propio éxito. Esto se debe a que la sociedad -el grupo- se lo facilita, en términos de supervivencia, defensa y por supuesto, reproducción. Nuestro fin último resulta en la supervivencia y continuidad de la especie -que no del grupo en que nos movamos en particular-. Por lo tanto, un individuo solo, además de tener menos posibilidades de éxito, no es capaz de alcanzar dicho objetivo eficientemente, sino que necesita valerse de otros semejantes para lograrlo. Enlazando con el tema que me ocupaba hoy, el surgimiento del sentimiento de empatía podría tener su origen en esa necesidad de mantener al grupo unido. Y, de igual manera, a parte de las ventajas que esto supone en cuanto al éxito grupal, proporcina otras a nivel individual como son esos sentimientos de bienestar, de reconforte, que ayudan a prosperar al sujeto y continuar su viaje hacia el objetivo final.

     ¿Es posible, entonces, que esas actitudes que tan orgullosamente creemos desinteresadas no lo sean tanto? ¿Podrían, en el fondo, tener un origen egoísta? Una forma de demostrarnos a nosotros mismos que somos merecedores de ese éxito; un aliciente más.

     Es simplemente una idea...

Paula López
My Beloved Pages




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